Columna de la profesora Laura Jordán del Instituto de Música, sobre el libro “La Pintura en Chile” de Milán Ivelic y Gaspar Galaz.
Relación con la cultura occidental
Pintura en Chile desde la Colonia hasta 1981, escrito por Milán Ivelic y Gaspar Galaz ofrece una mirada diacrónica al desarrollo de las artes visuales en nuestro país, con un foco, como se adivina, en el arte pictórico. A lo largo de sus capítulos, que se organizan por periodos y estilos, se van des plegando pequeñas notas biográficas que permiten iniciarse en las vidas y contribuciones de artistas nacionales, sin descontar algunos inmigrantes que desarrollaron su carrera en Chile.
Recurriendo constantemente a la comparación con las tendencias artísticas de las metrópolis europeas y norteamericanas, esta obra da cuenta de diversos procesos de participación de la cultura chilena en la cultura Occidental. Aunque los autores no reflexionan críticamente acerca de aquello, sí es factible establecer lecturas propias que permitan un mayor distanciamiento y, por qué no, una puesta en crisis de la colonialidad que persiste.
Además de describir los hitos más relevantes de esta historia canónica, los autores toman cuidado de comentar la relación entre las decisiones estéticas que se observan en la escena artística y las agendas institucionales que la interseccionan. En particular, se destaca la injerencia de la Academia de Pintura, fundada en 1849 o el Museo Nacional de Bellas Artes creado en 1910. También, el libro da pistas acerca de las agrupaciones de las y los artistas, identificando durante el siglo XX a la Generación del Trece, a la Sociedad Nacional de Bellas Artes y al Grupo Montparnasse, por mencionar a algunos, los que van posicionándose distintivamente respecto a los avances del lenguaje.

Profesora Laura Jordán
Las fuentes con las que trabajan los autores son diversas, destacando testimonios personales, críticas publicadas en revistas especializadas y documentos institucionales. Por supuesto, la fuente primordial son las obras de arte mismas. Su examinación posibilita interpretaciones históricas que combinan consideraciones teóricas con la concreción de las ideas en determinadas materialidades. Así, el libro aborda el color, la figura humana, los ires y venires del paisajismo. El libro apuesta, en gran medida, por una aproximación que valora una supuesta autonomía del arte.
Si bien se mencionan circunstancias relevantes de la historia nacional, como la celebración del centenario de la república, es notoria la ausencia de una contextualización que enmarque el desarrollo de las tendencias artísticas en el país. Esto es especialmente evidente en los últimos capítulos que abordan acciones de arte, videos y otros tipos de expresión performativa que, visiblemente, dialogan con el contexto dictatorial en el cual se producen. Hace falta, entonces, leer entre líneas y salir a buscar en otras fuentes la información que pueda complementar y complejizar lo expuesto aquí.
Considérenlo entonces un frondoso punto de partida para adquirir una visión global, detallada y amplia en su periodización, de las prácticas pictóricas en Chile. Sobre todo, vale la pena revisar sus páginas para acceder a un número importante de imágenes en alta calidad, no solamente a reproducciones de pinturas, sino también fotografías que retratan a las y los protagonistas de esta historia.