Álvaro Elizalde S.
Presidente del Senado
El epistolario entre Gabriela Mistral y Eduardo Frei Montalva, que el Senado de la República en colaboración con la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso ponen a disposición de los chilenos y chilenas, constituye un testimonio de enorme valor para el acervo cultural de Chile. En sus figuras se condensa parte importante de los procesos sociales y políticos que atravesó el país desde principios del siglo XX y que ambos, desde sus respectivas esferas, contribuyeron a encausar y resolver. A pesar de la distancia generacional que existió entre nuestros personajes, en sus cartas se lee el anhelo común de engrandecimiento de la patria y del pueblo de Chile, al que siempre procuraron lo mejor de su trabajo. Fue ese el camino iniciado por Mistral en la década de 1910 a través de su labor literaria y educacional, camino que luego continuara la generación de Eduardo Frei mediante la acción política y social.
El periodo histórico que compartieron Mistral y Frei fue uno de acuciantes problemas nacionales y graves convulsiones globales. La dramática cuestión social, aquellas consecuencias de la extrema miseria que aquejaban a las clases más desfavorecidas de la sociedad —enfermedades, hacinamiento, mortandad y analfabetismo— ocuparon largamente a reformadores e intelectuales de su época. No menos importante; los totalitarismos y las guerras que se sucedieron en Europa aparecían como peligro cierto que amenazaba con extenderse a Chile y América. No es de extrañar el tono pesimista y crítico que por momentos se lee en sus cartas, el cual surgía no obstante de su genuina preocupación por la situación del país. De ahí también su conciencia sobre las exigencias del momento y de pensar Chile −su geografía, su historia, su gente− como la fuente desde la cual encontrar el remedio para sus males.
Esta coincidencia de propósitos se expresó en la virtuosa colaboración de ideas que marcó la relación entre Gabriel Mistral y Eduardo Frei. Para este último, Mistral representaba un poderoso referente intelectual, que condensaba en su propia persona las cualidades constitutivas del pueblo chileno: “Los pueblos tienen una extraña intuición para descubrir a quienes representan sus rasgos profundos y esenciales”, manifestaba Frei en su homenaje a Gabriela Mistral con motivo de su fallecimiento en 1957, y “cuanto más se penetra en la vida y en el pensamiento de esta mujer, que nos lega un inagotable manantial de belleza y de bondad, todo lo mejor que tiene el alma de Chile cobra en ella una nueva y más rica expresión”.[1] Mientras que en Mistral, la obra política de Frei despertaba auténtica esperanza en medio del desaliento que embargó a la escritora hacia el final de su vida: “Sus ideas sociales de reconstrucción se me parecen mucho al oscuro hierro forjado de los italianos y los belgas. Ellas son sólidas, bien torneadas y serviciales”, escribió en su prólogo al libro de Frei, La política y el espíritu.[2] Admiración que se extendía a sus pares de la generación socialcristiana de la Juventud Conservadora: “Lo mejor que ha dado de sí, crecida y lavada, la clase media”,[3] y que a la postre fundarían la Democracia Cristiana.
Esta admiración mutua que se profesaban, descansaba a su vez en una profunda valoración de la identidad nacional y continental, la cual en ocasiones consideraban extraviada, pero que finalmente constituía el hilo conductor de su visión política. Mistral se lamentaba profundamente de que no hubiese “en nosotros una pizca de creación ni realista ni utópica que nos lleve a intentar alguna empresa política criolla”, cuestión que atribuía, citando al propio Frei; a que Chile era un país de repercusión, donde se imitaba “servil y rápidamente al Viejo Mundo”. Pero lo cierto es que nuestro continente, añade Mistral, “hijo de la confusión desde la sangre a las ideas, no tiene clasificación europea posible en los asuntos sociales”. El rasgo distintivo de esta América era su tradición libertaria, que manteniéndose intacta y atenta, la hacía reticente a las tiranías. Por ello, Mistral aún veía salvación para Chile. Estamos a tiempo de “revalidar nuestro régimen a base de anchas reformas que no lo hagan aliado de la anarquía”, escribía en 1940, o bien, “optar por la adopción de una modalidad propia, en el caso de que nos decidamos a crear”.[4] En Frei, la búsqueda por esa modalidad propia seguiría los consejos de Mistral, adentrándose en la Cordillera para conocer el abandono y la desnudez del pueblo, de sus niños, mujeres, campesinos, indígenas, mineros y trabajadores.
¿Qué enseñanzas rescatar de dos personalidades tan destacadas de nuestra historia? Han transcurrido sesenta y cinco años desde la partida de Gabriela Mistral, y cuarenta años desde el fallecimiento de Eduardo Frei. Hoy los problemas y desafíos de Chile son otros muy distintos a los de su época, pero en su forma, sus diagnósticos ofrecen una guía para los tiempos presentes. “Estamos en una hora plebiscitaria”, afirmaba Mistral en el citado prólogo a la obra de Frei, “en la que cada chileno quiere hablar y ser oído y la única manera de sosegar esta ansiedad es el que se haga una pausa que dure mientras se liquida la catástrofe”. Con ello, Mistral apelaba a restituir el verdadero sentido de la unidad nacional; restaurar “un rostro conocido, el semblante de 1810, nada menos que eso”. En su reflexión, la alusión a la independencia tiene un valor importante; la necesaria raigambre en la historia y la recuperación del sentido nacional que se requiere en los momentos de crisis, en que la discordia y los conflictos desdibujan los intereses de la comunidad. Sobre lo anterior, el aviso de Mistral es claro: “nos cuesta entender que los tiempos regresan como la marea y que vuelven trayendo los mismos quiebros abismales y la misma crestería amarga”.[5]
La advertencia de Mistral debiese interpelar por sobre todo a los representantes políticos, sobre quienes recae la tarea de conducir la república a través de las dificultades que presenta la coyuntura. Las cartas entre ambos abundan en críticas a los partidos y políticos de su época, a los que veían perdidos en rencillas personales y disputas de poder. De ahí que Gabriela Mistral cifrara su confianza en la figura de Eduardo Frei como representante de la renovación política que emergía a mediados del siglo XX chileno. Electo senador en 1949, la trayectoria de Frei sería ejemplo de los esfuerzos de esas nuevas fuerzas políticas del periodo por mejorar las condiciones de vida de la población, perfeccionar el régimen democrático y potenciar el desarrollo del país. ¿Dónde encontrar la guía para afrontar las tareas del presente? Ambos, tanto Mistral como Frei, se encargaron de indicarlo en sus escritos y en sus obras: volcarse hacia el pueblo de Chile, auscultar sus necesidades, y procurar resolverlas atendiendo a su historia e identidad. En palabras de Eduardo Frei en su carta a Gabriela fechada el 6 de octubre de 1949: “En este pueblo hay muchas reservas en las cuales confiar”.[6]
ÁLVARO ELIZALDE SOTO
Presidente
Senado de la República
[1] Discurso pronunciado por Eduardo Frei Montalva en la 25ª Sesión del Senado de la República con motivo del homenaje a Gabriela Mistral tras su fallecimiento, 22 de enero de 1957.
[2] Gabriela Mistral, Recado para Eduardo Frei. Prólogo a La política y el espíritu.
[3] Carta de Gabriela Mistral a Eduardo Frei, 15 de junio de 1939.
[4] Gabriela Mistral, Recado para Eduardo Frei. Prólogo a La política y el espíritu.
[5] Gabriela Mistral, Recado para Eduardo Frei. Prólogo a La política y el espíritu.
[6] Carta de Eduardo Frei a Gabriela Mistral, 6 de octubre de 1948.